miércoles, 1 de junio de 2022

¿Recuerdas a aquella mujer significativa que forma parte de tu vida?


 Yo recuerdo a la mía.

Aunque debo decir que mi recuerdo es solo eso, uno, vago, que se ha ido conformando a lo largo de los años a través de otras personas que me han ido ayudando a construir el croquis de su vida.

Mi mujer significativa es mi abuela: "la abuelita", para mí.

Tuve la grandísima mala suerte de poder compartir con ella mis dos primeros años de vida, y sin embargo, aunque no logro recoger en mi memoria una sola imagen que no esté asociada a las fotografías, su recuerdo y su persona, han cobrado siempre una importancia sustancial en mi propia vida.

Significativa, referente, llámalo como quieras.

Y resulta que esto no solo me sucede a mí. Parece ser que la abuelita constituye hoy un referente de peso en varias de las personas que componen mi familia. Es más, si me apuras, desde siempre, todas aquellas personas con las que me he cruzado y con las que ella cruzó su camino, siempre, absolutamente siempre, primero han sonreído al recordarla, ¿no es eso maravilloso?.

Y después, elogios y más elogios. A punta pala. Siempre recuerdos positivos, siempre menciones a la gran señora que fue "Doña Concha".

DOÑA CONCHA (a través de los ojos de mi madre, en gran medida, y de mi hermano, en menor medida pero igualmente importante).

Son miles las historias que he escuchado de su vida. Pero es una sola la imagen que me he construido de la misma. Siendo siempre consciente de que me faltan datos, muchos. Quién pudiera recogerlos todos.

Tres son los datos que me gustaría que conocieseis sobre ella:

Me licencié en Pedagogía y es por eso que he elegido como dato que ella fue una de las precursoras de los Movimientos de Renovación Pedagógica (MRP), sospecho que sin siquiera saber que estaba formando parte de la historia de la educación de nuestro país. 

Ella, maestra de un pueblito, la Pobleta de Andilla, en los años de posguerra, no solo se dedicó a dar clase a sus alumnas. En aquel colegio de aquel pueblito, los niños y las niñas iban al mismo centro, los niños tenían al maestro y las niñas tuvieron la suerte de tener como maestra a Doña Concha.

Aunque la suerte parece ser que fue compartida por todas las personas del pueblito, ya que después de las clases, enseñaba en casa de la maestra a los hermanos y hermanas mayores, a los padres y madres, a leer y escribir.

Obviamente, eran otros tiempos, la realidad era más cruda pero puede que también más colectiva, más humilde. Mi yo de hoy los contempla como el ideal de comunidad educativa que tanto se pretende alcanzar en nuestros días. 

Enarbolaba la bandera del derecho a la educación de todas las personas, haciendo del mismo una realidad y dando respuesta a las necesidades colectivas. Transformando la realidad inmediata de su sociedad estipulada, delimitada, estigmatizada, profundizando a través de la educación en los procesos de humanización de su tiempo.

Que fue una luchadora, es otro de los datos que he escogido y que bien podríais imaginar, si habéis llegado a este punto de la lectura. Y como os decía, no únicamente por sacar adelante a cinco hijos en tiempos de posguerra (su marido murió pronto, más pronto de lo deseado), ella fue una luchadora en todas las causas justas que así lo requerían. 

Ayudaba a toda persona que necesitase ser ayudada, corresponsable en la mejora de la calidad de vida de toda persona por quien ella pudiese hacer algo. No solo a través de la enseñanza, sino dando empleo, escuchando, integrando, compartiendo, reinventando, luchando por sus derechos, dando oportunidades.

Y toda esta labor fue posible gracias a la suerte. Este es tercer dato que he decidido compartir sobre ella. Mis abuelos estuvieron a punto de ser fusilados, como tantas otras personas, sin miramientos.

Fue cuestión de azar, que alguien mencionase su apellido, poco común (entonces y aún ahora), dada su procedencia de una familia de condes malteses, que hizo despertar una pequeña bombilla en la mente del general a cargo de los fusilamientos y les diese a ambos una segunda oportunidad. En tiempos en los que las segundas oportunidades, brillaban por su ausencia.

Mi abuela tuvo varios hermanos militares, altos cargos, uno de ellos conocido por el general en cuestión, del que guardaba buen recuerdo y memoria de elefante suficiente como para reconocer el apellido.

Y gracias a ese pequeño detalle, el general mandó dar con el expediente de aquellas dos personas que tenían en frente, en lugar de con sus cuerpos inertes en plena tierra. Hubo que desmantelar primero aquella pequeña oficina con miles de expedientes en armarios y archivadores. Y aun así, no salía por ninguna parte. Pero el general estaba empeñado en salvar la vida de aquellas dos personas, cuestión de honor, supongo.

Fue detrás de uno de esos archivadores, caído entre la pared y el suelo, que lograron encontrar el expediente y darles la libertad.

Por lo visto, algunas de sus actividades favoritas fueron el teatro y la zarzuela, siempre desde la perspectiva de la educadora incansable.

Me cuentan que no se lo quedaba para ella, sino que enseñaba a cantar zarzuela a todo el que pillase por banda.

Me cuentan que cada vez que podía, viajaba a Barcelona y se recorría todas las obras de todos los teatros que su suerte le permitía alcanzar.

Cultura popular. Ella la amaba en todas sus formas. Y la transmitía como eje de la educación.

Me impresiona sobremanera, la capacidad tan grande de contemplar a sus iguales como iguales, en un mundo de clases, en un tiempo de desigualdades, de injusticia y de pobreza sin parangón.

Dicen de ella que sabía hablar con todo el mundo, lo mismo con un ministro que con un analfabeto. Y yo, me lo creo. Veía a las personas, ante todo, como personas.

Y a raíz de esto, permitidme que os cuente la acción memorable que he elegido contaros.

A mi abuela, como a tantas y tantos otros maestros de la época, se les inhabilitó como tal, por cuestiones dictatoriales. Me refiero a las que tuvieron suerte y no fueron fusiladas ni exiliadas. Después de la guerra, aquellas personas a quienes permitieron seguir ejerciendo la docencia (tras pasar por un arduo procedimiento de reconocimiento profesional y asunción de quehaceres en adelante), quedaron sin destino fijo y tuvieron que empezar a rodar por los diferentes pueblos del territorio español.

Así es como Doña Concha fue a dar como maestra a la Pobleta de Andilla.

Cuando llegó, se encontró con una realidad común en todas partes en aquel entonces, el hambre y la pobreza extrema. Las personas que allí habitaban, no disponían casi ni de prendas de ropa o zapatos, incluso en los crudos meses del invierno nevado.

Me cuentan que una de las primeras cosas que hizo fue atajar esta situación. Sin pensárselo dos veces, se plantó (como pudo) en la Diputación de Valencia y le solicitó al mismísimo Gobernador Civil, Diego Salas Pombo, que le dotase de los fondos necesarios para poder impartir un espectáculo de zarzuela en el pueblo en el que ejercía, para lo cual, necesitaba ropa y zapatos para todas las personas que iban a participar en él.

Y lo logró, y vistió al pueblo entero con el bono que consiguió en Diputación. ¿Acción memorable? Yo lo tengo claro, pero júzgalo por ti misma.

Ya os adelantaba que fue una luchadora incansable. Podría contaros muchas más anécdotas que ido recopilando a lo largo de mi vida.

Yo la admiro, hoy, sin apenas haber podido conocerla en persona. Puede que idealizada, no lo niego, ya que mi composición la crearon las historias que de ella escuché.

Pero también las reacciones de las personas que la conocieron y me hablaron de ella.

Todas esas sonrisas que incluso años después de su muerte, se siguen sucediendo inevitablemente al pronunciarla, Doña Concha.

Quien pudiese haberte disfrutado más.

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